La hallaca
Otra Navidad y
estamos en un momento difícil de nuestra Patria. De nuevo, esta tierra que parió libertadores y héroes inmortales
para el resto de América Latina, padece severos problemas que afectan
gravemente a toda nuestra sociedad. En este trance se cocina algo que osan llamar
Revolución y toda revolución es caos. Caos es sinónimo de desorientación,
desconcierto, desorden, desbarajuste, des-organización, incoherencia, barullo, laberinto, anarquía,
etc. El caos que vivimos es un caldo donde hierven las galimatías o el
sinsentido. En él se mezclan valores con anti-valores, la moral se adorna con la inmoral y la inmoralidad
es moralidad; la honestidad es triturada con la deshonestidad y lo deshonesto
resulta ser honesto; la valentía es cobardía y la cobardía valentía. Este es un
caos donde se premia la mediocridad y se hunde o descalifica la inteligencia y
el genio. Un caos donde la ignorancia es reivindicada y la preparación
académica es rebajada y humillada. En nuestro
caos, la virtud es perversidad y la perversidad es virtud. El mundo al revés.
Se ha cocinado el
peor daño para nuestro pueblo: la división de todos los venezolanos. Se ha
provocado una desolación de nuestro Espíritu Nacional y se ha quebrado la
Unidad entre los coterráneos. Y ustedes se preguntaran: ¿qué tiene que ver todo
esto con la hallaca? Resulta que desde el nacimiento de nuestra República la hallaca se forjó, dentro de nuestro quehacer culinario, como
símbolo de Unidad, como “lazo espiritual”. Aparece dentro de
nuestra tradición como el “Gran Plato
Nacional”, lo que significa en términos gastronómicos una Gran Mesa donde
todos podemos comer y beber del producto de la tierra que todos trabajamos unidos.
Soy un apasionado
de la hallaca. Empecé hacerlas desde que tenía ocho años. Al lado de mi mamá,
que le encantaba hacer hallacas en Navidad. Desde allí, hasta el día de hoy, no
ha habido un solo diciembre donde no haga hallacas, esté donde esté. Por eso, y
por la importancia que tiene este plato en nuestro acervo gastronómico quiero
dejar con ustedes, o levantar por escrito, un texto del periodista y escritor
Ramón David León. Esta crónica sobre la hallaca, narrada en su libro “Geografía
Gastronómica Venezolana”[i],
editada en 1.954, hace casi 60 años, recoge y expresa, con mucho, el
significado de la hallaca, ligada a nuestra
realidad social, económica, política y espiritual, transformada en el devenir
de nuestra historia, en un símbolo de unidad
nacional. Espero lo disfruten tanto como yo y llame a
reflexión es estos días donde tan preocupados estamos por nuestra situación
nacional.
La Hallaca
Venezolana
La hallaca es, indiscutiblemente y por
excelencia, nuestro gran plato nacional. Sus orígenes coloniales deben
remontarse, en mayor o menor grado de parentesco, a la polenta y al pastel.
Como ambos es una combinación culinaria complicada, heterogénea en los
componentes.
Más
que confección alimenticia un lazo espiritual. Vincula íntimamente a los
venezolanos más que cualquier otra tradición nativa.
Tiene cierto parecido con el tamal
mejicano, pero ganándole en superioridad, en gusto y en potencia nutritiva. En todas las regiones
del país se le prepara más o menos en idéntica forma, ya que las variantes en
el relleno son escasas. La fuerza explosiva es igual…
En Navidades, Año Nuevo o Reyes, casa venezolana
donde no se caten hallacas es casa venida a menos, más moralmente que
materialmente. Compatriota que no sea adicto a ellas puede ser considerado
prófugo de la nacionalidad. La hallaca es, entre nosotros, un símbolo de
unificación. Cuando por cualquier circunstancia, estando en el exterior, se
piensa en la patria, la hallaca es lo primero que viene a la mente. Se la ha
utilizado como reto político. La enfática frase “las hallacas nos las comeremos
en Caracas en el próximo Diciembre” tiene curso histórico en Venezuela desde
los azarosos días de la Guerra de Independencia. La usaban por turno patriotas
y realistas según cual de los dos bandos estuviese afuera. Sabatinamente, por
lo regular, hace presencia en todas las mesas criollas.
La hallaca es, indiscutiblemente, el
plato genuino nacional, nuestro plato típico. Por eso mismo, por su singular
significación en la vida colectiva, por su intrínseco prestigio tradicional, lo
lógico sería imprimirle a su prestancia unificadora el poder expansivo de convivencia
nacionalista que debiera totalmente poseer. Se trata tan solo de que en vez de ser gustada por una mayoría
en el recinto criollo y suspirada por otros lejos de la Patria, para sosiego y
prosperidad de esta, la saboreáramos todos los venezolanos en torno a la mesa
común de un cordial entendimiento.
[i] RAMON DAVID LEON, Geografía
Gastronómica Venezolana, Reproducciones INCE, Caracas, 1972, Págs. 1-2
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