LA HALLACA VENEZOLANA


 

La vía para aprender sobre el origen de la hallaca es leer sobre nuestra historia alimentaria. Hoy en día, favorablemente, existen importantes investigaciones y/o estudios de historiadores venezolanos preocupados por nuestro pasado alimentario. Al leer sus trabajos nos haremos una idea más verdadera con respecto al origen de nuestro gran plato nacional. Descubriremos, en la medida que vayamos leyendo, que la hallaca, al igual que todos los platos de nuestro menú tradicional, responden a un proceso de transformación culinaria, que arrancó apenas los españoles penetraron este territorio. Leer sobre la historia de la alimentación en Venezuela, nos ayuda a saber qué y cómo comíamos antes de llegaran los conquistadores, qué y cómo comimos después que estos penetraron y qué y cómo comemos hoy por hoy.
Una vez que el español penetró este territorio, el aborigen que aquí habitaba dejó de ser genuinamente aborigen. Forzosamente, el indígena se transformó en mestizo y, con la presencia de los negros esclavos, se hizo zambo. El español, nacido en estas tierras, se transformó en criollo y, cuando este blanco criollo se mezcló con el negro, se transformó en mulato. Los alimentos nativos de esta tierra corrieron la misma suerte: el maíz, para mencionar un solo ejemplo, dejó de triturarse entre piedras (metate), para ser molido entre el hierro de la máquina de moler europea; la arepa abandonó el budare de arcilla y se sometió al budare de acero.
Leer sobre nuestra historia alimentaria nos lleva a pensar que el pasado no es aquel tiempo que pasó o aquellas cosas que sucedieron y ya no existen. Si ponemos atención, hoy en día seguimos comiendo maíz, tomate, ají, onoto, etc., como lo hicieron nuestros antepasados aborígenes, desde hace miles de años; continuamos comiendo aquellos alimentos, también milenarios, que comían los que llegaron conquistando: aceitunas, alcaparras, pasitas, vino, carne de cochino, de vaca, de gallina, etc. Es como si el pasado fuera una eterna línea ondulante, constante, donde mucho de lo ocurrido sigue ocurriendo y no para de ocurrir. Parece que aquellos alimentos primigenios, de aquí y de allá, fueron un vestigio del futuro de lo que hoy somos y de lo que seguiremos siendo.

A continuación, cito textualmente el Capítulo I, ORIGEN Y FORMACIÓN DE LOS RÉGIMENES ALIMENTARIOS VENEZOLANOS (1500-1750) 1. RAÍCES AMERICANAS. Del historiador José Rafael Lovera, en su libro: HISTORIA DE LA ALIMENTACIÓN EN VENEZUELA. ¡Buen provecho!
“El régimen autóctono de América se fundaba en el maíz y la yuca, completado con las proteínas animales producto de la caza y de la pesca y con un edulcorante natural: la miel. No incluía grasas en sus preparaciones culinarias y el condimento por excelencia era el ají. Al depender la mayoría de las tribus de la pesca, la caza y la recolección, no podía existir en ella hábito de comer en horas determinadas. Si bien el conjunto de tales hábitos no corresponde con exactitud a todas las sociedades que habitaban nuestro territorio, puede tomarse como característica general de la alimentación. Algunas tribus indígenas practicaban una agricultura de carácter itinerante mediante sembradíos llamados conucos.
Conocedores del fuego, los indígenas habían aprendido a cocer sus alimentos colocándolos a su calor sobre parrillas de madera (barbacoa) o planchas de barro cocido (budares o aripos), y aun enterrándolos en hojas envueltos en hojas para encender encima hogueras. Según algunos cronistas, fabricaban a mano vasijas de arcilla que, puesta sobre tres piedras se similar tamaño, con que rodeaban sus fogatas (las tres topias), les servían para hervir los líquidos, aun cuando más corrientemente empleaban, para lograr tal ebullición, piedras precalentadas que introducían en sus ollas. Aumentaban la lista de sus recipientes las totumas y taparas, frutos del árbol de su mismo nombre (Crescentia cujete L.), que, una vez vaciados de su contenido y secos, empleaban para hacer sus mezclas o para almacenar algunos de sus alimentos. Usaban gran copia de cestas (manares o cedazos, sebucanes o prensas, catáures o canastos, etc.) en cuya confección eran muy diestros. Cuchillos y hachas de piedra, al igual que sus morteros (metates) y rallos, que consistían en placas de madera en las que incrustaban piedrecillas afiladas y espátulas de madera a manera de cucharas, completaban el primitivo utillaje con que atendían sus preparaciones culinarias.
Era breve el repertorio de sus recetas, pero no simple como tiende a pensarse. El casabe y el cachiri, la arepa y la chicha ilustran esa características. El primero, elaborado a partir de la yuca (Manihot esculenta Crantz), tubérculo que en su estado natural contiene el mortífero ácido cianhídrico, implica cuidadosos procedimientos de elaboración, que van desde pelarlo, rallar su pulpa y exprimirla para sacarle el jugo venenoso (yare), hasta formar con la harina obtenida (catibía) grandes tortas de un espesor aproximado de medio centímetro, cociéndolas en planchas de barros circulares. Operaciones estas que truecan la muerte en vida y hacen del producto final, si se mira el número de seres humanos que han debido su sustento a él, por no menos de dos milenios, innovación culinaria de méritos incalculables. Añádase al casabe la bebida (cachiri) que se preparaba dejándola fermentar en unión de la batata (Ipomea batata Poir). El invento del casabe permitió a nuestros aborígenes, almacenar alimentos por vez primera, procurándose así un medio para sobrevivir en los períodos de escasez. El maíz (Zea mays L.), también fundamental en la alimentación indígena, fue aparejado de diversas maneras. La arepa, otro de los panes americanos, presuponía una serie de operaciones previas, que comenzaban por el desgrane de la mazorca una vez seca y continuaban por el desgrane de la mazorca una vez seca y continuaban por el hervido de los granos y su molienda en el metate, hasta obtener una masa con la cual se hacían pequeñas tortas que finalmente se cocían sobre budare y al rescoldo. A su vez la chicha requería, a parte del desgrane, un tiempo de fermentación y la molienda, muchas veces sustituida por el mascado efectuado por las mujeres. Cierto cronista que vivió en la Provincia de Venezuela, entre 1544 y 1553, al hablar del maíz, afirma: “Se come este grano de todas las formas: cuando está fresco en leche, cocidas las mazorcas o asadas bajo las brazas, y aún crudo es muy sabroso… Para hacer pan, si es del duro de Yucatán, lo ponen en remojo de un día para otro y lo muelen en ciertas piedras un poco curvas, dándole encima con otra piedra, que tiene en las dos manos, moliendo como hacen los pintores los colores; pónese una india en cuclillas o arrodillada, por un costado de la piedra, poniéndole encima en su lado cóncavo un puñado del grano y un poco de agua y con la piedra a dos manos lo va moliendo, hasta que lo hace masa, después hacen unas panelitas como pastillas de jabón y las envuelven en hojas del mismo maíz o de caña y poniéndolas a cada indio una o dos y algunas veces las guardan tanto que se vuelven ácidas y corrompidas y entonces dicen que están buenas y a menudo dejan agriar o endurecer la masa un día o dos, y a esta clase de pan llaman “hallaca”… Hacen otra suerte de pan a modo de tortillas, de un dedo de grueso redondas y grandes como un plato a la francesa, a poco más o menos, y las ponen a cocer en una tortera sobre el fuego, untándola con grasa para que no se peguen, volteándolas hasta que estén cocidas por ambos lados y a esta clase llaman “arepas” y algunos “fecteguas”. Hacen otro panes pequeños y redondos, que los cuecen bajo las brazas y a estos llaman “abotzos”, así lo han aprendido a hacer de nosotros en ciertos anafes de barro.”
(JOSÉ RAFAEL LOVERA, Historia De La Alimentación En Venezuela, Centro De Estudios Gastronómicos, 2da. Edición, 1998)


Nota: la fotografía utilizada en esta publicación pertenece a Luis Brito. El montaje fue realizado por Aguademaíz. Está protegida por Derechos de Autor.

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